viernes, 15 de marzo de 2013

LOS BARRUECOS, EL VOSTELL, ANTONIO




No quedan lejos de Cáceres los Barruecos, el lugar que enamoró al genial Vostell hasta quedar atrapado por sus espejos de agua, preso por sus pétreos gigantes. Recorrer los senderos de este paraje natural es acudir a sensaciones llenas de sosiegos extraordinarios. Los sonidos de esquilas, de abubillas, el crotar de las cigüeñas que anidan en las imponentes rocas nos acompañan, y al fondo siempre el agua, el agua de la charca del lavadero de la lana.

El lavadero, ingenio industrial de la antigua Mesta, es ahora uno de los lugares más sorprendentes en un viaje por Extremadura. Penetrar en sus salas e ir descubriendo la fuerza creadora del artista es una experiencia que en algunos momentos alcanza el desasosiego, también la quietud. Es como una montaña rusa en el ánimo de quienes traspasan sus puertas. Y del sube y baja, la necesidad de atrapar el aire en los pulmones. De nuevo el agua, el paisaje, la calma de las esquilas…Y aquí, en ese sonido de esquilas, Antonio, el amigo, el compañero, el que con sus palabras lo incendiaba todo, el que fue capaz de engendrar la locura de un museo que no admite indiferencias. 

Sí, la memoria de Antonio Jiménez en estos espacios a los que acudió para su último viaje lo puede todo. Hasta mí llega la pasión con la que me hablaba de la gestación de esta locura Vostelliana, de cómo hasta Malpartida llegaron los fondos de la revista Índice, la gran revista cultural, política, humanista… que nos acompañó en los últimos años del franquismo y los primeros de la Democracia, y que editaba el extremeño Juan Fernández Figueroa. Él nos acercaba desde las páginas de Índice a autores tapados, olvidados, malditos para un régimen que se nos resistía obstinado en su crueldad. Ahí estaban Juan Ramón, Azaña, Ramón Gómez de la Serna, Marañón… 



Sí, Los Barruecos me arrastran a muchas memorias. También a ensoñaciones, a viajes apasionados, a mundos desconocidos e inventados que comparto a mi antojo y a mi libre albedrío como en un happening íntimo y personal  en el que siempre apareces y desapareces. 


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