miércoles, 3 de junio de 2015


CABAU 
RAMÓN CABAU

Hace ya muchos años que Nuria Cirera Pla no vive en su Cataluña natal, a la que regresa siempre por San Juan, atraída, dice, por ese poder evocador del fuego. Y en esa evocación, una ciudad llena de brasas encendidas en su memoria, la universidad, la plaza del Rey, la Celeste, el Champanet, las Ramblas, la Boquería, y ahí siempre la extravagante figura de Cabau. Su risa que llegaba impetuosa, dice, bajo un bigote que parecía crecer al libre albedrío, al igual que su melena, a la que le gustaba arropar bajo un canotier. “Cabau, Ramón Cabau”, parece susurrar mientras compartimos una dulce coca de Sant Joan.
Dicen que el cianuro tiene aromas de almendras amargas, con ese aroma se fue, “él que persiguió tantos aromas acudió al de las almendras amargas para despedirse”, me suelta como una bofetada Nuria. Y ríe, como lo hacía Ramón, mientras dibuja sobre su cara un alocado bigote. Y me habla de cómo L´Agut d’Avignon fue mucho más que un restaurante, “fue –dice- el principio de la gran tormenta de la cocina catalana”. Fue Ramón, con esa sabiduría de payes, prosigue Nuria, el que nos recordó que el tiempo de los melocotones llega cuando estos caen al suelo. Entonces acude a Vázquez Montalbán, a la memoria del detective Carvalho en “La soledad del manager”: “El dueño del Agut d'Avignon parecía un señorito de los años veinte completamente arruinado en una noche loca de bacarrá y salvado para la normalidad gracias a las raíces de un restaurante llevado personalmente, como si fuera una mujer o una pluma estilográfica. Carvalho lo recordaba vagamente disfrazado de tuno vagante por los claustros de la universidad del terror, con la bandurria en bandolera y el bigote de joven crápula convertido en un reclamo para muchachas locas por la música. Una noche debió de entrar en este restaurante con la tuna y entre canción estúpida y canción estúpida comprendió que un restaurante es una patria, probablemente la mejor de las patrias, y se quedó para siempre…”.
Brindamos con un vino de misa, mientras me invita a pasear la última patria de Ramón, la patria de los sabores, de los aromas, y ahí Llorenç Petràs y la memoria del amigo, el que se fue cuando florecen los ciruelos, cuando los gurumelos se anuncian bajo la hierba que llega con las primaveras, el que escuchó sus últimas palabras: “Pensé que esto era más rápido”.
De algún lugar nos llega un intenso aroma a almendras amargas. Es la Boquería. De un día, de una noche en Barcelona, esta coca de Sant Joan.


COCA DE SANT JOAN
INGREDIENTES. 200 g. de harina de fuerza, 200 g. de frutas confitadas,  1 vaso de leche, 50 g. de mantequilla, 50 g. de azúcar, 30 g. de piñones, 20 g. de levadura prensada, 2 huevos, ½ copa de anís, ralladura de limón y una puntita de sal.

ELABORACIÓN
Deshacemos la levadura en medio vaso de leche templada y añadimos un par de cucharadas de harina. Removemos hasta conseguir una masa uniforme que dejaremos reposar hasta doblar el volumen. A continuación, con el resto de harina hacemos un volcán y en su centro situamos la mantequilla, los huevos, el azúcar, la sal, la ralladura de limón, el anís y la masa fermentada, e iremos trabajando hasta conseguir una masa fina, que dejaremos reposar una hora. Finalmente, damos forma ovalada y ponemos sobre la bandeja del horno untada de grasa. Es el momento de colocar la fruta confitada y los piñones. Por último espolvoreamos con azúcar, llevamos al horno a 180º durante 20 minutos.