viernes, 3 de julio de 2015


EN LA TABERNA DEL MAR

No fue hasta pasados más cinco años cuando Juanito Alegría supo el porqué de aquel temblor y de aquella llamarada de fuego en las mejillas que sintió cuando de la pequeña capilla de los marineros surgió luminosa la Estrella de los Mares sobre unas humildes andas cubiertas por una red de pescador colmada de claveles rojos y amarillos. Ahora, pasados los años, me cuenta que no fue la belleza de la Señora del Mar lo que le produjo aquella sensación que tanto le turbó. Lo supo, me dice, cuando se entregaba en un primer y apasionado beso a su profesor de ciencias naturales Juan Antonio Luengo. Entonces, en medio de ese nuevo volcán, aparecía y desaparecía como un Fénix de hermosura la figura de un marinero vistiendo una ajustada camiseta blanca, inmaculada, que cubría un torso que adivinaba poderoso, con profundos ojos negros y un pelo donde parecía dormir la noche, como aquel de la niña Isabel que cantaba Viglietti. Sí, fue la figura del marinero sosteniendo las andas  la que le produjo el estremecimiento, la que puso fuego en sus mejillas y dudas, todas las dudas, cada vez que Carmencita Valcárcel se le acercaba por la espalda en la biblioteca del instituto para pedirle unos apuntes, y sentía entonces cómo los nacientes pechos de Carmencita acudían a acurrucarse en su espalda, y él, me dice solo sentía frío. Y era en ese instante en que los pechos nacientes de Carmencita buscaban su espalda, cuando sin saber por qué de nuevo aparecía la Reina de los Mares, las manos fuertes y poderosas y la enorme sonrisa del joven  marino con su lepanto azul donde podía leerse en letras doradas “Galatea”. Entonces, un pellizco en el corazón le traía el mar a sus ojos, y en las mejillas aparecía el sabor a salitre de un llanto íntimo y para el que entonces no existía consuelo.
Ha pasado mucho tiempo desde aquellos veranos del sur y Juanito Alegría se muestra en calma, “hubo mucha tormenta, amigo, mucha zozobra, mucha confusión”. No, no fue fácil encontrar el camino en aquel manglar de los primeros besos. Me invita a brindar por los besos y por los pescadores del sur “que tanta felicidad y placeres nos acercan”, dice con ironía. Mientras, a la mesa llega un poderoso mormo de atún con higos.



INGREDIENTES
1 pieza de mormo de atún, 8 higos, aceite, azúcar moreno y sal Maldon.

Para la vinagreta: 1 cucharada de mostaza de Dijon, 1 cucharada de salsa de soja, 2 cucharadas de vinagre de Jerez, 1 chorro generoso de aceite virgen extra, 1 cebolleta pequeña, 1 tomate pequeño, ½ pimiento verde, una pizca de orégano y sal.


ELABORACIÓN
Comenzamos pelando los higos y cortándolos en láminas de medio centímetro. Una vez laminados, vertemos sobre ellos el azúcar y gratinamos con soplete y reservamos. A continuación, en un tarro de cristal introducimos todos los ingredientes de la vinagreta, tapamos el tarro y lo agitamos. De esta forma conseguiremos una emulsión fácil y limpia de la vinagreta.
Tras la vinagreta acometemos el braseado de la pieza. En una sartén a fuego medio vamos marcando el mormo teniendo en cuenta que el braseado no ha de penetrar más de medio centímetro en el interior de la pieza, así evitamos que el atún nos quede seco. Una vez conseguido el punto preciso, cortamos la pieza en trozos de un centímetro de grosor y altenamos un trozo de atún con una lámina de higos. Por último, con una cucharita ponemos sobre el plato la vinagreta, nunca encima de la elaboración.




EN LA TABERNA DEL MAR

No fue hasta pasados más cinco años cuando Juanito Alegría supo el porqué de aquel temblor y de aquella llamarada de fuego en las mejillas que sintió cuando de la pequeña capilla de los marineros surgió luminosa la Estrella de los Mares sobre unas humildes andas cubiertas por una red de pescador colmada de claveles rojos y amarillos. Ahora, pasados los años, me cuenta que no fue la belleza de la Señora del Mar lo que le produjo aquella sensación que tanto le turbó. Lo supo, me dice, cuando se entregaba en un primer y apasionado beso a su profesor de ciencias naturales Juan Antonio Luengo. Entonces, en medio de ese nuevo volcán, aparecía y desaparecía como un Fénix de hermosura la figura de un marinero vistiendo una ajustada camiseta blanca, inmaculada, que cubría un torso que adivinaba poderoso, con profundos ojos negros y un pelo donde parecía dormir la noche, como aquel de la niña Isabel que cantaba Viglietti. Sí, fue la figura del marinero sosteniendo las andas  la que le produjo el estremecimiento, la que puso fuego en sus mejillas y dudas, todas las dudas, cada vez que Carmencita Valcárcel se le acercaba por la espalda en la biblioteca del instituto para pedirle unos apuntes, y sentía entonces cómo los nacientes pechos de Carmencita acudían a acurrucarse en su espalda, y él, me dice solo sentía frío. Y era en ese instante en que los pechos nacientes de Carmencita buscaban su espalda, cuando sin saber por qué de nuevo aparecía la Reina de los Mares, las manos fuertes y poderosas y la enorme sonrisa del joven  marino con su lepanto azul donde podía leerse en letras doradas “Galatea”. Entonces, un pellizco en el corazón le traía el mar a sus ojos, y en las mejillas aparecía el sabor a salitre de un llanto íntimo y para el que entonces no existía consuelo.
Ha pasado mucho tiempo desde aquellos veranos del sur y Juanito Alegría se muestra en calma, “hubo mucha tormenta, amigo, mucha zozobra, mucha confusión”. No, no fue fácil encontrar el camino en aquel manglar de los primeros besos. Me invita a brindar por los besos y por los pescadores del sur “que tanta felicidad y placeres nos acercan”, dice con ironía. Mientras, a la mesa llega un poderoso mormo de atún con higos.



INGREDIENTES
1 pieza de mormo de atún, 8 higos, aceite, azúcar moreno y sal Maldon.

Para la vinagreta: 1 cucharada de mostaza de Dijon, 1 cucharada de salsa de soja, 2 cucharadas de vinagre de Jerez, 1 chorro generoso de aceite virgen extra, 1 cebolleta pequeña, 1 tomate pequeño, ½ pimiento verde, una pizca de orégano y sal.


ELABORACIÓN
Comenzamos pelando los higos y cortándolos en láminas de medio centímetro. Una vez laminados, vertemos sobre ellos el azúcar y gratinamos con soplete y reservamos. A continuación, en un tarro de cristal introducimos todos los ingredientes de la vinagreta, tapamos el tarro y lo agitamos. De esta forma conseguiremos una emulsión fácil y limpia de la vinagreta.
Tras la vinagreta acometemos el braseado de la pieza. En una sartén a fuego medio vamos marcando el mormo teniendo en cuenta que el braseado no ha de penetrar más de medio centímetro en el interior de la pieza, así evitamos que el atún nos quede seco. Una vez conseguido el punto preciso, cortamos la pieza en trozos de un centímetro de grosor y alternamos un trozo de atún con una lámina de higos. Por último, con una cucharita ponemos sobre el plato la vinagreta, nunca encima de la elaboración.