sábado, 9 de enero de 2016

                                                                   
                                                                     CLARA

Tendrían que pasar muchos años hasta que Clara Flores de León contase la historia que hoy les traigo. Una historia que comienza en Cajamarca, la ciudad natal de Clara, y donde su padre, don Carlos Flores Fernández, ejercía de magistrado de la República. Era primavera, me contó Clara, cuando, tras lo que creyó un desencuentro con el amor, le dijo a su padre que quería ingresar como novicia en el Convento de las Hermanas Mercedarias de la Santa Cruz de la Aurora.
Fue un gran día en la familia de los Flores de León. Don Carlos, en la comida familiar del domingo, se levantó de su asiento bendijo la mesa y dio gracias al Señor por aquella nueva vocación que germinaba en la familia. Antes fue el primogénito, Carlos, después la segunda y la cuarta de las hijas, Rosa y Mercedes, y ahora la pequeña Clarita.
La voz de Clara es una voz suave como si aún permaneciese en los claustros y no. Clara abandonó los claustros hace ya un largo tiempo, tras descubrir que no llegó a ellos por un desencuentro con el amor sino por un desencuentro con su propio cuerpo.
Esto ocurrió estando en la galería superior del claustro de las Mercedarías en Traslasierra, una galería donde flotaban al viento mantos, túnicas, velos, tocas y sayas, también las mudas de las hermanas. Fue ahí cuando al pasar entre los cordeles, donde el viento mecía las ropas, y sentir en su inmaculado rostro el roce de una braga, cuando sintió como si un relámpago iluminara todos aquellos rincones que permanecían oscuros en su mente, rincones a los que la oscuridad hasta ese día no le había permitido llegar ni en los más atrevidos sueños de mujer. Pero aún, y pese a la luz de aquel relámpago, Clara me cuenta que siguió temerosa de todo lo que la había llevado hasta los claustros de las Mercedarias de la Santa Cruz de la Aurora, temerosa del padre que rezaba por las vocaciones de sus hijos, temerosa de la voz del Creador que a veces creía sentir advirtiéndola de los peligros del fuego de los cuerpos, temerosa también de la luz de aquel relámpago que tanto la abrasaba ya en sus sueños de mujer.
Un día y pasado algún tiempo de su paseo entre los tendederos advirtió cómo su cuerpo se sentía arrasado por el fuego. Una mano de ébano, la de la hermana Blessing, recorrió su frente sudorosa mientras con la otra le acercaba a los labios unas hojas de hierbabuena recién cortadas: “Muérdelas despacito y ya verás como tu boca se llena de alegría”. Se miraron hasta que sus ojos se llenaron de lágrimas. Entonces se escuchó la voz de la hermana guisandera apremiándolas a que le llevasen unas calabazas. Después vendría el amor, los viajes a Calabar, la ciudad de Blessing y… y la única tristeza de Clara, el viaje, su viaje a Cajamarca fue para dar su último adiós al padre ya muerto.

SOPA DE CALABAZA
INGREDIENTES: 1 Kg. de calabaza, 1 pimiento morrón, 4 zanahorias, 1 cebolla, 1 puerro, 1 tomate, zumo de naranja, 2 dientes de ajo y aceite.

ELABORACIÓN: Una vez seleccionadas y cortadas en trozos cada una de las hortalizas ponemos en una cazuela un chorreón de aceite y procedemos a continuación a rehogar el conjunto. Comenzamos por los ajos, las cebollas y los puerros para añadir a continuación los pimientos, las zanahorias, la calabaza y ya, por último, el tomate.
Una vez rehogadas y bien sudadas las hortalizas, les añadimos el agua que puede ser un caldo ligero de ave. Llevamos a ebullición pasando luego a medio gas.
Terminada la cocción, trituramos en la batidora y colamos por el chino. A la hora de servir le damos un toque cítrico con el zumo de naranja.




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