Se llega a
Castelo de Vide al dejar atrás Valencia de Alcántara. Son estos caminos que nos
acercan a la Villa
de Don Dinís, caminos andados y contados por José Saramago en su Viagem a Portugal: “Alameda Formosa de robustos e altos troncos,
se un día echar que sois un perigo para o transito de altas velocidades de
nosso tempo, oxalá vos não deitem
abaixo e vão construir a estrada mais longe.
Tal vez um dia gente de gerações
futuras venha aquí interrogar-se sobre as razões
destas duas filas de árvores tão regulares
tão direitos(…) seja ela para, o mistério
da alameda inesperada, encontrada aquí”.
Castelo de Vide
es una villa amable donde los sonidos del agua y de las conversaciones pausadas
de sus gentes son compañía a cada uno de nuestros pasos, pasos que nos acercan
a veces a las alturas almenadas de su fortaleza y burgo, o nos llevan por
callejuelas perfumadas a hierbabuena, a rosas y a geranios. También nos
alcanzarán los aromas de açordas o ensopados.
Es el barrio judío donde la vida se asoma por
ventanas de punto gótico y donde aún es posible acudir a la vieja sinagoga
mientras se escuchan cantos y trinos de jilgueros y herreruelos. Más abajo, el
agua, su sonido calmo que nos llega de las cuatro bicas de bronce de la Fonte da Vila
que aparece con todo su esplendor porticado de mármoles antiguos, tan
antiguos como la memoria del rey João III, que la
mandara construir. Son aguas que sanan y a las que aún acuden las gentes del
alto Alentejo buscando alivio a dolencias y malatías.
Del rumor del
agua de la Fonte da Vila
al de la palabra de las explanadas de tabernas y cafés donde se beben vinos
alentejanos que acompañan a henchidos
de porco preto mientras se habla de
la crisis, del Sporting, del Oporto o del Benfica, son conversaciones en las que
el tiempo parece detenerse, que atrapan al viajero tal vez en un deseo ya
imposible: acudir al tiempo pasado.
Los viernes en
Castelo de Vide hay mercado. Hasta él llegan hortelanos y pescadores que traen
los frutos de la tierra y el agua. Sobre los cuidados mostradores aparecen
manzanas, castañas, uvas, grelos, carpas, barbos, anguilas… Frutos que más
tarde encontraremos en sus tabernas y restaurantes. En Portugal aún es posible
esta relación tan directa entre los frutos y las mesas.
Hoy hemos elegido para nuestro encuentro con el refrigerio del medio día una pequeña Casa dePasto, Dos Amigos. Desde su terraza se ve pasar la vida de una villa que atrapa. Acudimos al menú del día, sopa de legumes y guiso de peixes que acompañamos con un vino regional alentejano.
De la campana
del reloj de la vila llega el sonido de las horas, sonido de bronce que nos
anima a seguir paseando un día de invierno donde el sol parece jugar al cucú-trás. Dejamos Castelo de Vide por
la carretera que conduce a Alpalhão, a escasos 4 Km , y junto al cruce del Barragem
de Póvoa, en medio de una extensa pradera, aparece majestuoso y
desafiando al tiempo y al equilibrio el enorme dolmen de Póvoa, y aquí, frente a las
enormes piedras megalíticas, las eternas preguntas del paso del tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario