En los viejos
recetarios de cocina extremeña aún es posible encontrar recetas de anguilas y
lampreas. En mi memoria aún perduran estos viejos sabores que se mezclan con
los días de molienda en el molino de agua del tío Patricio. Hasta allí, hasta
el Charco de la Barca
en el Jerte llegaban estos extraños y antidiluvianos seres.
Durante miles
de años las anguilas y las lampreas han remontado nuestros ríos en un viaje que
comenzaba a miles de kilómetros de distancia, en las profundidades del Mar de
los Sargazos. Era, sigue siendo, un regreso a las primeras aguas.
Es en los ríos
donde, tras el largísimo viaje, las lampreas acuden al desove. Después, la
llamada del Atlántico, la incierta travesía a las simas oscuras de los
Sargazos. Allí, la madurez, el apareamiento, el viaje, el regreso hacia la
fertilidad del desove.
Han sido los
embalses a lo largo de nuestros ríos los que nos han privado de este supremo
sabor marino. Son las enormes presas las que impiden que las lampreas remonten
las aguas hasta sus tradicionales bancos de desove. Ahora quedan detenidas en
el Barragem
do Fratel cerca de Nisa, aguas abajo de Cedillo.
En Portugal, a
diferencia de lo que ocurre en Extremadura, aún se mantiene el oficio de
pescador de río, y de esa tradición y del eterno viaje aún nos es posible
disfrutar de este supremo sabor atlantico. Buscándolo hemos acudido a la mesa
del restaurante Tulio, en Arneiro, una pequeña localidad que se alza sobre un
otero que mira a O Tejo y que
encontramos a escasos kilómetros de Nisa.
El restaurante
se asemeja en su modestia a uno de esos chiringuitos de río a los que acudimos
en verano. Ya en la mesa, toda la grandeza de una cocina de verdad nacida de
unas manos que miman cada uno de los instantes del proceso de elaboración de un
plato, y también de unos productos de extraordinaria calidad. Cómo explicar los
sutiles aromas de una sopa de peixe hecha con huevas
de carpas y barbos, que ha sido perfumada por fresquísimos y aromáticos poleos.
Qué se puede decir de la suprema perfección de un arroz y de un guiso de lampreas que llega a la mesa con toda
la fuerza de un sabor tan profundamente marino y a la vez con insinuantes
aromas a monte.
Sí, este guiso tiene algo que nos lleva a los arroces de liebre,
tal vez al ser elaborado como los de liebre que se hacen en su propia sangre.
Son estos días de invierno los únicos que
nos permiten acercarnos a estos sabores tan olvidados, tan imposibles ya
en nuestra gastronomía.
Es el mes de
enero el elegido por las lampreas para acometer el remonte del río. En él
estarán hasta que el canto del cuco anuncie los días ya más largos de la
primavera. Hasta ahí tenemos tiempo aún para acudir a este extraordinario sabor
yodado.
Comenzaba este
viaje a la Lamprea
hablando de su presencia en la cocina extremeña, en sus viejos recetarios, y
aquí acudo al de la Cofradía Extremeña
de Gastronomía, que nos dice:
Se deja desangrar la lamprea. Una vez
desangrada la pasamos por agua hirviendo para después partir en trozos, que
freiremos en manteca agregando un puñado de hierbas finas. Se sazona de sal, nuez
moscada, pimienta y laurel, añadiendo vino blanco hasta cubrir los pedazos. Se
deja cocer a fuego lento hasta reducir el caldo y añadiendo aquí la sangre del
pescado.
Lampreas,
bocado milenario que los romanos llevaban en barriles hasta la mismísima Roma
como nos cuenta Plinio el Viejo, quien nos dice que Cayo Hirio guardó en su
piscina seis mil lampreas para honrar al César en sus cenas. Lampreas también
en “La Saga-Fuga
de J.B” obra maestra de Torrente Ballester. Alejandro Dumas nos habla de las
lampreas del Lago Fusaro. También las crónicas referidas al Gran Carolo en su
retiro de Yuste nos dicen que eran las lampreas junto a las ostras uno de los
platos preferidos para saciar su enorme gula.
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