ENSALADILLA RUSA
A Cristina Rocamador aún se le
siguen poniendo los pezones como diamantes que rayan los cristales cada vez que
se lleva a la boca una tapa de ensaladilla. Fue recién terminada la universidad,
y viajando de Sevilla a Salamanca, cuando de alguna manera se inició esta
historia que, entre risas, me contó no hace mucho.
En la estación de Cáceres, me
dice Cristina, se subió al tren un hombre de los que a ella siempre le habían
atormentado los sentidos: alto, fuerte como un leñador de los que aparecen en
Siete novias para siete hermanos y unos ojos color ámbar en los que parecían
quedar atrapadas todas las miradas. Subió portando una pequeña maleta de piel y
vistiendo un traje azul y una elegante gabardina. Dio las buenas tardes
mientras se acomodaba en el departamento, y le ofreció a Cristina caramelos de
violeta y tabaco rubio americano. Hablaron y llegaron las risas y las miradas
que todo lo abrasan. El tren iba lento en medio de una enorme tormenta de otoño,
que invitaba a contemplarla a través de los cristales de un pasillo en el que
se dejaba sentir el crujir de las elegantes maderas de los coches de primera.
Fue ahí, en medio del largo pasillo, cuando sintieron la enorme sacudida que
producen las miradas que se encuentran. La tormenta pareció traer con ella la
noche hasta empujarles al deseo de buscar sus bocas y emborracharse de besos. Ella,
de espaldas a los paisajes que se iban sucediendo, él frente a ella y los
paisajes que vertiginosamente quedaban atrás. Fue entonces cuando la rodeó con
sus brazos, la arropó con la gabardina, la levantó la falda, aún casi de
colegiala, e hicieron el amor mirándose a los ojos y a un ritmo que les llegaba
de las calderas de la vieja Baldwin. Fuego, besos, versos de Whitman que él le
recitaba:
"Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,
porque lo que yo tengo lo tienes tú
y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también”
Y ella, conteniendo los gemidos,
le susurraba sensuales versos de Neruda:
“Rodando a goterones solos,
a gotas como dientes,
a espesos goterones de mermelada y sangre,
rodando a goterones,
cae el agua,
como una espada en gotas,
como un desgarrador río de vidrio,
cae mordiendo,
golpeando el eje de la simetría, pegando en las costuras del
alma,
rompiendo cosas abandonadas, empapando lo oscuro”
Media hora, media hora mientras
se rehacían los convoyes que en Palazuelo se dividían hacia el norte o hacia la
capital, y ahí, en ese cruce de vías, la despedida. Antes, en la cantina de la
estación, compartieron las últimas miradas, los últimos besos y un pequeño
plato de ensaladilla. Hoy, mientras me cuenta esta historia junto al ya
hierático Torrente Ballester, en el Novelty de Salamanca, siento cómo se
estremece su cuerpo, y los pezones se insinúan como si fueran el fruto de los castaños
que tanto le gustaban a don Camilo.
INGREDIENTES
4 patatas medianas, 4 zanahorias
frescas, 1 cebolleta, 1 lata de aceitunas sin hueso, 1 lata de pimientos
asados, 3 huevos, aceite de girasol, zumo de limón y sal.
ELABORACIÓN