Del Guadalquivir llegaba una brisa fresca y con aromas yodados, y desde
alguna iglesia cercana, el sonido de las campanas llamando a muertos. Fue
entonces cuando Fernando Luís me contó esta historia que hoy les cuento.
“Yo tendría que estar muerto como lo están mis hermanos Tasito y
Anastasito. Así me lo contó mi tía Crescencia el día que supe de mi verdadero
nombre: Anastasio Fernando Luís Carmelo Trancón Gómez. Solo un cólico de
vesícula de mi tía impidió que a esa larga retahíla de nombres que me acompaña
se añadiese el de Crescencio”.
“Tendría que estar muerto porque
así venía siendo en una macabra tradición familiar, donde la muerte se asomaba de
forma caprichosa tras el parto. Tal vez por eso las cuatro hermanas de mi padre
permanecieron solteras pese a su poderosa belleza carnal. Solo mi padre acudió
al matrimonio y a mí, me decía mi tía Crescencia, me tocaba morir. También me
dijo que mi nombre tenía que haber sido Anastasio, como el padre de mi padre, y
Crescencio, como el de ella, pero que aquel cólico de vesícula le impidió
acudir a la Casa
de la Madre y
al Registro de los Juzgados de la capital, algo que hizo que sus hermanas me
pusiesen el nombre de mi abuelo, Anastasio, y el de ellas tres, Fernanda, Luisa
y Carmen, robándome el nombre de Crescencia. Desde entonces mi tía Crescencia
siempre las miró con desprecio y, quizás, por ello decidiera morirse antes y
dejar su parte de la herencia a un palmero de Jerez que se alojaba en la pensión
que regentaban en Triana las cuatro bellezas carnales más deseadas de Sevilla”.
“Cuentan, y esto nunca me lo dijo mi tía Crescencia, que el cura de la Iglesia de San Gonzalo
acabó arrojándose desde lo alto de la Giralda tras acudir a la confesión por sus
pecados con dos de las hermanas Trancón. Una noticia esta, no la de los amoríos
sino la de la muerte del cura de San Gonzalo, que apareció perdida entre las
necrológicas del ABC de Sevilla”.
Fernando Luís, se sentía feliz, “muy feliz” me dijo tras una larga mañana
en los juzgados, donde se despidió para siempre del nombre de su abuelo
Anastasio y también del nombre de su tía Carmen. Todo esto me contaba mientras
disfrutamos de un queso de cabra con carne de membrillo y una copa de oloroso.
También creo que me dijo: “hoy he recuperado mi identidad. Sí, mi familia, la
familia de mi padre ha sido siempre muy trágica para los Gómez, mi madre aún
llora por el niño que le robaron esas cuatro mujeres hermanas de mi padre”.
CARNE DE
MEMBRILLO
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