Julio, después
agosto y tras agosto, septiembre. Verano, y con el verano las sopas frías, los
escabeches, las ensaladas, los pistos y siempre una sopa, una sopa caliente, la
de tomate, que no sé por qué extraña alquimia resulta refrescante.
Esta sopa, la
de tomate, llegaba a la mesa de mi madre en agosto, que es cuando maduran los
tomates en el Valle del Jerte, también las uvas con las que siempre
acompañábamos este refrescante plato.
Otro de los
platos de las canículas de mi infancia, y de las de ahora, es el “piste”, así
le dicen en El Torno al zorongollo, la ensalada de pimientos que surge de la
delicada textura de los pimientos asados.
También en
estos días de calores sofocantes acudíamos en casa de mi madre a los escabeches
de agua. En ellos se maceraban las bogas, los barbos y alguna anguila que en
aquellos años de mi infancia aún se veían remontando las transparentes aguas
del Jerte.
De los
fontarrones de la sierra llegaba la maruja, que se aliñaba con ajo, cebolla y
vinagre, y que llegaba a la mesa cubierta de agua fresca recién manada. Agua
también en los mojes de poleo, de ajo, de tomate, mojes también del suero que
salía del esprimijo donde se
asentaban los quesos de cabra.
Pero si hay un
plato en la gastronomía torniega, del relente, que siempre celebramos es el de
la ensalada de patatas fritas. Patatas fritas en rodajas, cebolla, ajo,
chicharro en escabeche, huevo cocido, vinagre, agua y sal.